viernes, 27 de enero de 2012

Alimentación y veneno

Magdalenas resecas. Ricas en minerales.
El ser humano es una máquina bastante adaptativa, y mucho más resistente de lo que pensamos. A veces, se sobrepone a dolores mayúsculos de forma sorpresiva; es capaz de aguantar tormentos indecibles en determinadas ocasiones, marcándose como objetivo la supervivencia a toda costa; puede identificar dolencias concretas y adaptar su alimentación para mitigar los dolores y acelerar la recuperación...

No en vano, la evolución ha contribuido al desarrollo de unos sistemas perfectamente especializados y coordinados, integrados en un todo que funciona en armonía -el cuerpo-. Este organismo, a mayores, cuenta con "fuerzas de seguridad" que se encargan de limpiar y eliminar elementos indeseados. Por si fuera poco, los procesos mentales de alto nivel que tienen lugar en el cerebro otorgan a este animal un plus de supervivencia, puesto que con su incuestionable inteligencia evitará situaciones de riesgo, fuentes causantes de enfermedades o alimentos en mal estado.

Es una criatura muy completa, en resumen, que no es inmortal pero que puede alargar mucho su vida si se cuida bien. Por desgracia, el ser humano no tiene en cuenta la principal amenaza a su propia existencia: otros seres humanos. Me explico: desde que vivimos en asentamientos más o menos organizados, en grupo, hay unos individuos concretos que se dedican a proporcionar alimento al grupo, ya sean los cazadores de la época de las cavernas o los agricultores del medievo.

Sucede que, con el auge del capitalismo y el afincamiento de los valores humanos en el consumo desproporcionado e irreflexivo, esas personas que ponen alimentos en nuestras mesas han pensado que tal empresa puede ser muy productiva. ¿La clave? Reducir los costos de producción -pues hoy en día ya no se caza-, reducir los controles de calidad, hacer la vista gorda en general y vender a un precio asequible la aberración, que acto seguido será devorada sin pestañear por miles y miles de ciudadanos, con demasiada prisa y poco espacio para cultivar su propio sustento.

A largo plazo vienen los problemas. Esos animales anormalmente hormonados (para que crezcan rápido), esos pesticidas, esos cultivos transgénicos, esos piensos baratos que traen de todo, esa cantidad anormal de sal y azúcar que echan incluso en el pan... tienen premio. El premio es: enfermedades de corazón, obesidad, daños a órganos vitales de carácter acumulativo, complicaciones respiratorias y mil pandemias extra, cuyo origen reside en el consumo mantenido de productos venenosos, cuya producción es -a todo punto- antiética.

Se busca el beneficio, y no hay beneficio en esperar a que los animales crezcan lentamente, que mitad de la cosecha se pierda por una plaga o que el ganado se tenga que alimentar con forraje de buena calidad. La clave del éxito reside en gastar lo menos posible en la producción de un alimento, que desde luego no sabrá nada mal, pero que será una bomba para el organismo. Los gobiernos lo permiten; no os confiéis: las etiquetas nos cuentan muy genéricamente, y de manera eufemista, los ingredientes usados en la elaboración de X producto. Así, se alientan los hábitos saludables en lo que a alimentación se refiere, pero se tolera la venta de comidas y bebidas que atentan contra la salud. Una contradicción más, una de tantas.

En consecuencia, ¿cómo podrá el sistema circulatorio afrontar el flujo continuo de grasas mutadas? ¿Cómo podrá nuestro organismo mantenerse en condiciones óptimas ante el bombardeo constante de azúcares? ¿Qué pasa con los pesticidas y su herencia química?

Mirad un momento las etiquetas de los productos que tenéis por casa; incluso aquellos que por lógica no deberían tener sal, la tienen, y lo mismo con el azúcar o con el gluten. El mismo caso es aplicable a la lactosa. Una persona intolerante a la lactosa no solo ha de dejar de consumir leche y productos derivados, sino que tendrá que renunciar forzosamente a una interminable lista de productos que utilizan el susodicho compuesto en su receta (pan de molde, chocolate, etc.).

Puede que algunos piensen que esto es el precio a pagar para que todos podamos comer algo, pero lo cierto es que se fabrica comida para 12.000 millones de habitantes, todos los días. Es el ejemplo de un sinsentido: sobra comida, pero hay hambre... Aunque esa ya es otra historia. Todo gracias a Don Dinero.

P.D.: podríamos seguir tirando del hilo. ¿Qué hay de los sulfatos que llevan los champús? ¿Por qué las pastas de dientes llevan fluoruro sódico, que es una potente neurotoxina?

Por Elemento Cero


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